Celebramos con júbilo el 150 aniversario del nacimiento del Padre Ayala
“Entiendo que lo primero en la obra educadora es conquistar el corazón, con un amor que se entiende y agradece, con un trato amable y preocupándonos de su alegría”.
Leyendo estas palabras, que forman parte de una de las frases más célebres del Padre Ángel Ayala y Alarcó, es fácil comprender el sentir y la vocación de un hombre al que debemos la creación, en 1908, de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), organización promotora de la Fundación CEU San Pablo.
Alegre, sereno y gran trabajador, el Padre Ayala es una figura ejemplar del cristianismo y un referente para la Iglesia Católica. Siempre con su gran sentido del humor, fue un evangelizador incansable que jamás dejó de luchar por Dios y por el prójimo. Generoso con los demás, no reparaba al regalar las palabras y sonrisas más amables, y jamás se cansaba de dar gracias al Creador por todos los beneficios recibidos a lo largo de su vida: desde su familia hasta la ACdP, pasando por su formación, la labor diaria de sus educadores, las buenas amistades, su vocación, la tarea realizada, incluso la enfermedad. “¡Qué bueno ha sido Dios conmigo!”, repitió agradecido a lo largo de toda su vida.
Un pedagogo activo
El Padre Ayala, a quien siempre recordaremos por su bondad y enorme capacidad para conectar con la juventud, dedicó su vida entera a la pedagogía, destacando por su visión innovadora de la educación. De hecho, entre su prolífica creación literaria destaca su libro Prácticas de Pedagogía, editado en Madrid en 1919, un texto en el que desarrolló las bases de lo que él denominaba “pedagogía activa”, una forma de enseñar que él entendía abierta a diversos campos del saber y de las artes, una suerte de enseñanza potenciadora de las cualidades intrínsecas de cada alumno, pero sólida en su espiritualidad.
No en vano, a lo largo de 2017 hemos recordado al Padre Ángel Ayala, y seguiremos haciéndolo siempre, en todos nuestros colegios y, cómo no, en Ciudad Real, su ciudad natal. Todos nosotros, incluso los niños más pequeños, hemos añorado su presencia en nuestras vidas dedicándole nuestros pensamientos, oraciones, dibujos… Incluso rememoramos su figura en exposiciones y conciertos. Es preciso que su capacidad educativa, con la que formó tantos hombres para la Iglesia y para la sociedad española, se difunda entre nosotros: profesores, alumnos y alumnas, padres y madres… No hay que dedicar demasiado esfuerzo para lograr que su figura continúe sirviendo de ejemplo y motivación, pues somos conscientes de que fue en hombre excepcional.